lunes, 10 de septiembre de 2007

El sacrificio de otoño

Hay muchas cosas en este mundo que nos llevan al sufrimiento; y mucha gente sufrida; y, lo peor, mucha gente a la que le gusta sufrir.
Cuando juntas el hambre con las ganas de comer pues ya se sabe qué pasa... llega el espectáculo.
La famosa pieza de Stravinsky Le Sacre du Printemps es un buen ejemplo de ello.
El otro día fui a ver un espectáculo con dicha música. La coreografía era de la conocida Pina Bausch, y la pieza, la ya tantas veces representada desde los años setenta. No haré una crítica de la pieza, que ya digo ahora, que me parece una obra maestra; sino que hablaré de algunas particularidades que acontecieron el día que yo la presencié por primera vez.

Era el ensayo general, y una amiga mía efectuaba allí su primer encuentro danzando entre la tierra que cubre el escenario del espectáculo.
Me consta, por mi amistad con ella, que el proceso para llegar a bailar allí no fue nada fácil. Para alcanzar la cima de la montaña antes hay que pasar por unos caminillos llenos de seres raros que te van calentando la cabeza de historias que hasta el más incrédulo acaba instalando en su mente sin darse cuenta.
Ella me explicaba historias de esa presión psicológica y demás, que había hecho que llegara a un punto en el que incluso durante el camino había perdido el interés por llegar a la cima, no por fuerza, sino por aburrimiento, porque al final con tanto charlatán dando voces a diestro y siniestro uno acaba por aburrirse sin ninguna duda.
Total que después de ponerse un tapón en los oídos y cerrar los ojos, llegó. Y allí estaba, ése era el día.
Todavía sin público, pero a ella eso le daba igual (es entregada por sí sola, no necesita demasiadas motivaciones extras).Yo estaba emocionada viéndola cuando apareció en el escenario. Se veía tan chiquita con ese vestido alado, y su cuerpo expresaba tanto miedo...
Notaba como su corazón latía, y como su mente estaba con mil ojos abiertos a todo lo que acontecía.
Con su pelo recogido, igual que las otras chicas, no lograba distinguirse demasiado y a veces la perdía la vista.
Hubo un momento de caos en el que todo el mundo empezó a correr desesperadamente, hombres y mujeres lanzándose al suelo, saltando... una locura.
De pronto me entró un pánico mortal por encontrarla, por ver dónde estaba entre la multitud. La conozco, y sé que su apasionamiento a veces es extremo y se deja llevar por él hasta el límite sin pensar en las consecuencias. Pero no, no era capaz de encontrarla y cada vez me estaba poniendo más nerviosa. La tierra cubría a todos y yo no podía definir a nadie.
En medio del descontrol de pronto me pareció verla, estaba parada y se observaba las manos. Intenté afinar la visión para asegurarme de que era ella y ver qué estaba pasando. De pronto me di cuenta de que tenía la cara llena de sangre, y, de la nariz, le iba cayendo hasta las manos. Ella se miraba las manos como el asesino que no comprende lo que ha pasado.
Todos empezaron a abrazarse desesperadamente y ella pasaba de los brazos de uno a otro sin comprender. De pronto todo el mundo se paró y se oyeron las respiraciones.
Ella empezó a llorar, o eso parecía; se fue al suelo de rodillas como tantas otras, y empezó a mezclar su cara cubierta de sangre con la tierra que la rodeaba.
Vi que continuaba toda la coreografía en un extraño estado de trance.
De pronto empezaron todos a saltar unos encima de otros, todo era un caos y yo no lograba entender si ella se podía mantener en pie, o si en cualquier momento se iba a caer desmayada.
Todo se paró de golpe en un último salto mortal hasta el suelo. Yo vi que no iba a resistirlo, y en ese salto se desvaneció. Se golpeó contra su propia cuerpo, vi cómo su cabeza rebotaba en su pierna, para ser exactos en su rodilla. Fue un golpe brutal que me hizo levantarme de la butaca. Ella no se movía, y su cara parecía bloqueada. Nadie se había dado cuenta porque nadie más se alarmó. Me dispuse a correr al escenario y súbitamente, no sé cómo, fue como si su espíritu se levantase, y con él su cuerpo. El espectro de algo que ella no era continuo danzando por inercia hasta que el espectáculo acabó.

La fui a buscar a los camerinos. Estaba sentada en una silla, callada y respirando con mucha calma, parecía que meditaba. Le pregunté con cuidado si estaba bien y asintió con la cabeza. Se levantó y vi como cojeaba. Se lavó la cara, cubierta de tierra, y ahí recuperó la sonrisa y me la ofreció.
Nos reímos de lo ocurrido, mientras ella se hinchaba a bolitas de Arnica para las inflamaciones.
En un momento de silencio entre las risas, le pregunté cómo se sentía después de haber cumplido su sueño tan perseguido. Me sorprendió su respuesta cuando dijo que la ilusión por los sueños tan sólo está mientras siguen siendo sueños, pero que llegaba un día en que desgraciadamente se hacían realidad, y ya no eran otra cosa que eso, realidad; tan simple, y tan normal, tan sincera y natural.
Es curioso. Supongo que por eso lo que sirve verdaderamente es eso, el presente, la realidad del ahora. Ella me ha dicho que hace tiempo que no sueña, y que no quiere volver a soñar; que prefiere vivir, vivir en cada momento. Me lo decía mientras empezaba a sorber la copa de vino blanco que acababa de pedir. Me ha hecho pensar mucho en estos días. Y me ha dado una gran lección. Me he dado cuenta que sí, que el sufrimiento es totalmente mental, que sufrimos con anterioridad, antes de que nada acontezca, y que si lo hacemos ni siquiera podemos disfrutar de las cosas cuando acontecen; y que la ilusión y el sueño son también forma de sufrimiento. En fin...supongo que cada día se aprende algo nuevo. Está claro que ella lo ha aprendido porque bajo la experiencia reside el verdadero aprendizaje. No creo que este sacrificio de otoño se le vaya a olvidar...

domingo, 26 de agosto de 2007

fauna de la serpiente y los insectos


Dígamos que sí, que las cosas nunca salen como uno las desearía, y que un fallo siempre viene seguido de otro.
Hoy, una serpiente se ha colado en mi habitación. Así, sí, por las buenas. No me pidió ni permiso la muy sin vergüenza, y allí me la encontré.
Yo procuraba dormir y ella no paraba de hacer ruidos extraños.
Habían otros bichitos que querían entrar, pero ellos me respetaron más. Les dije unas cuantas veces que no y finalmente cesaron de aparecer.
A veces, los bichitos más extraños te atraen. Hay una doble visión, ¿sabes?. Al principio les niegas el acceso, quieres proteger tu territorio -que mucho te ha costado tenerlo como para que venga un bichito peleón y lo quiera invadir-, pero luego, cuando dejan de venir los hechas de menos, para qué vamos a negarlo.
Por eso, hoy, la intromisión de las serpiente me acabó molestando. Hubiera preferido que hubiera aparecido aquél bichito al que una vez eché de mi habitación casi chafándolo con la zapatilla o envenenándole con espráis de dolor.
Intenté localizarlo mentalmente para pedirle que viniera a salvarme, que se apoyara a mi lado y me dijera al oido alguna cosquilla que me hiciera reír, como siempre; como siempre que yo me hago la dura y lo amenazo con los instrumentos de tortura.
Y el caso es que lo que me da más rabia, es que esa serpiente dichosa podría comerse a mi bichito o asustarlo haciendo que no volviera nunca más, que escogiera otra habitación, otro lugar donde ver su llegada. Y, mira, eso me duele.
Supongo que eso del roce hace el cariño.
Será eso, digamos que sí.
La cuestión es que mi bichito esta noche no ha aparecido, y dejé mi habitación sin oír su rumor. Me da miedo volver y no encontrarlo.
Pienso pensarlo muy fuerte, muy fuerte, pero sin hacer ruido, no se vaya a volver a asustar como siempre. Espero que me oiga y decida estar allí para cuando yo vuelva. Y que cuando vuelva, a mi no me dé un ataque de histéria por su intromisión, y haya paz. Que haya paz. Y quién sabe, quizás podríamos compartir habitación. Yo no le cobraría alquiler ni nada, aunque sí que le pediría que no ensuciara mucho y no hiciera muchas fiestas con otros bichitos. Los bichitos siempre quieren estar rodeados de más bichitos. Y, a ver, no hay problema donde comen dos comen tres, pero con lo juguetones que son, hay que tener cuidado.
De pronto te los encuentras a todos metidos en tu cama bebiendo alcohol y jugando a cartas o viendo pelis de bichitos conquistadores del mundo humano. Los bichitos son muy ambiciosos...¡ui! ¡Tú no sabes!.
En fin, que no quiero más serpientes en casa, que me espantan a mis bichitos encantadores y no puede ser.
El otro día me encontré arrastrándome por el suelo e intentándome meter por debajo de la cama. Conseguí una miguita de pan y me la comí. ¡Qué rica me supo!.
Será que...no, no puede ser. ¿Me estaré convirtiendo?.
Siempre sentí una gran identificación por Gregor Samsa. Quién sabe, igual mañana me levanto y soy uno de ellos. No estaría nada mal, creo que de hecho me gustaría. Lo que pasa es que con una serpiente en casa... ¡ai, no! ¡Hay que ponerle una trampa para que no vuelva jamás y nos deje en paz en nuestro mini bichi mundo!.
Bueno, voy a dormir un poco.
Espero que la metamorfósis haya surgido cuando me despierte.
Rezaré por mis bichitos antes de acostarme...

martes, 12 de junio de 2007

mi patria querida


Patria: Dícese de la tierra natal o adoptiva por la que un ser humano se siente ligado por vínculos afectivos, culturales e históricos.


Digo yo, sí, debe ser eso lo que me pasa. Siempre he sentido un especial afecto por esos vínculos, pero tengo que reconocer que desde que mi estancia se encuentra lejana de dicha patria se me está ensanchando el amor por ella. Dicen que el concepto en sí es eminentemente latino, que otras culturas al hacer referencia a dicho término lo hacen de manera puramente territorial. Supongo que es, entonces, natural que yo esté desarrollando en mis entrañas este gremling patriótico.


Todo empezó el día en que me descubrí comprando unos aretes para colgarlos de mis orejas. En otros tiempos, aquello me hubiera parecido una vejación, una grosería hacia mi elegante persona; pero en aquél momento me resultaba la mejor bisutería barata que podía dar luz a mi cara. Y allí los dejé plantados. Y mientras, yo, me regocijaba, pensando el gran toque patriarcal que me daba eso.


Después aparecieron los objetos consoladores- no ésos, otros-. Es decir, cuando mi persona se entristecía por la falta de sol y de energía, agregaba al peso de mis orejas- mientras caminaba por las calles nevadas o mojadas de cualquier parte- un poco de aquello de: “hace calor en la cafetera/y hace calor debajo de la higuera”, o aquello de “yo me voy a una playa desierta con los pies muy negros, voy buscando mi libertad/ pero el precio de las cosas pueden más que las olas, las olitas del mar./ Y yo llamo a las personas para que salgan los animales y las plantas, porque tengo, todavía tengo yo esperanza”, y finalmente creyéndome en el paraíso terrenal “volando voy, volando vengo”. Y así caminaba, o miraba por la ventana, volviéndome nostálgica e imaginándome estar en otro lugar.
Esos fueron los inicios, en plan melancólico y con un cierto toque de patetismo. Qué le vamos a hacer si a veces nos podemos aguantar la compostura …


Y así el bichito fue creciendo. Digamos que dejó su tristeza atrás y se amoldó al mundo, pero fue creciendo de otra manera- eso quiere decir que los aretes se encuentran fuera del alcance de mis pequeños orificios laterales-.


La nueva etapa me ha hecho dármelas de Ferrana Adriá, preparando para el personal: paellas, tortillas de patatas o a la paisana, ensaladas con ajo y pan con tomate para acompañar; y así insultar de buena manera la gastronomía de mi país, sin poder utilizar un buen aceite de oliva para mis ensaladas o sofritos; bebiendo vino de cualquier parte con sabor y aroma a cualquier cosa, comiendo lentejas con Frankfurt en vez de con chorizo y tartas y guarrerías con mantequilla por todas partes, en vez de unas ricas fresitas con nata, por ejemplo.
Así estamos, y así está mi trasero, que se parece- eso sí- cada vez más a los que abundan por mi pueblo… en fin.

Como habréis observado esta etapa también es un poco degenerante; pero todavía hay cosas peores.


Yo, que me las he dado toda la vida de castellana bien hablada, con un acento purista y demás; va y resulta que ahora después de mi contacto con los hispano hablantes del gran continente que rondan por el mundo; si me descuido un poco más la musiquilla que entona las sílabas de cada palabra, me van a contratar en una telenovela- si me hago antes unos retoquillos voluminosos en mi pecho, claro-. Si es que todo se pega…
Mi español ya se había degradado con eso de meter tantas lenguas nuevas en mi cabeza, y sin dominar ninguna a la vez claro está. Empezaba la frase con un idioma y entremedio metía tres. Una vez “superado” este hecho- más que “superarlo”, “aceptarlo” ya que sigo en la misma situación-, me encuentro con burda de panas bicheando de cualquier manera. Ai Dios! Qué ladilla, y cómo me arrecha esta situación. ¡Mi castellano al carajo! Pero es normal cuando se está todo el día con malandros y rumbeando. Lo que hay que aguantar…
En fin, que eso de la patria me tiene loca. Siento que cada vez está más lejos, pero a al vez más cerca de mí. Supongo que por eso también ahora me ha dado por bailar flamenco e investigar sobre el tema. Quien sabe, quizá pueda hacer alguna aportación desde la lejanía.


Pero el secreto de todo está en el último descubrimiento que me sobrevino. De pronto me di cuenta de que si juntaba los aretes, con la rumba, la paella, el aceite, la lengua y la danza flamenca; obtenía un sinónimo de patria que todavía me resultaba más familiar: la pasión.
Ai… ella, ella es la que yo siento que me une a es a patria. Y por eso me siento yo, la más antinacionalista, la más patriótica de todas; porque en esa patria mía hay pasión en cada esquina y en cada trocito de corazón, y en cada freaky, y en cada personaje cañí que cruza la calle. Yo no sé si será el vino, el jamón o el sol, pero cada día me siento más contenta de tener eso que me va brotando por dentro.
Tachadme de los que queráis, pero si nos cruzamos un día por la calle y llevo mis aretes y un vestido de cola, y voy cantando canciones lolailas con un radiocasete, por favor, no os riáis de mí, pensar que eso es pasión, y los demás son tonterias.