martes, 30 de abril de 2013

carta a mi abuela


Yayuskilla,

Esta noche duermo en el mismo lugar donde lo hiciste tú ayer. En la misma cama. Ayer dormías tú y hoy ya no estás. O estás, pero seguramente de otro modo, que nosotros, simples mortales, no somos capaces de percibir.
Hoy 27 de abril del 2013 corrí para coger ese tren y pensé que igual me esperarías para poderte dar un último beso. Ya sabes, se trata de esos pensamientos egoístas que a veces nos inundan: para que YO pudiera darte ese último beso, cuando eras TÚ la que tenía que seguir su propio camino. Y me alegro de que lo hayas seguido sin escucharme, ni a mi, ni a nadie, ya que eras tú y tan solo tú la única que debía decidir sobre ello. Y 92 años de vida son muchos… y me imagino que llega un día en que bueno, no es que uno quiera morir, pero quizás descansar un poco no le parece una opción tan mala.

1921. ¡¡Naciste en 1921 yaya!! ¡¿te das cuenta de cuánto has vivido?! Qué pequeña me siento ahora habiendo nacido tan solo en el 83…toda una vida, una larga vida. Una vida con sus más y sus menos, como las de todos, pero una vida bella, como la de todos también, porque el simple hecho de haber tenido la posibilidad de vivir, de experimentar, de crecer y de envejecer, es algo maravilloso; y quien no valore eso es que ha muerto en vida, y pues antes de tiempo. Tú no. Tú viviste hasta el último segundo, ¡hasta el último bandida! ¡Que te fuiste en unas poquitas horas! Y no sabes cómo nos alegramos todos por ello, que todo fuera tan rápido, tan fugaz, tan indoloro, incoloro, y tan silencioso. Tan silencioso…
Ai pajarillo mío. Siempre fuiste mi pajarillo y en ti inspiré mi pico y hasta me salieron alas. Mi pajarillo pequeño, supiste irte sin hacer ruido, silenciosa y discreta como siempre; pero avispada hasta el último instante; porque nunca hubo nadie que callando dijera tantas cosas. Nunca.
Eran esos ojos. Esos ojos pequeñitos que nunca dejaron de brillar. Y esa sonrisa generosa que impregnaba tu rostro cuando de pronto aparecíamos y decíamos “hola yayuski!”. Y esos deditos finitos, finitos que me volvían loca, sobre todo con el decodín decodán de la vela tropical. Y esas arruguitas tan bellas. Mi pajarito pequeño… qué lindo ser. Pequeño, delgadito y de apariencia frágil y voluble; pero con temple artesano y fuerza torera.

Sí, desde luego, si algo aprendí de ti y si por algo te admiré siempre fue por tu coraje. Estoy segura que no siempre escogiste la opción correcta, todos nos equivocamos, y la vida también nos hace pagar por ello; pero aun así, siempre asumiste lo que vino con la cabeza bien alta. Y supiste seguir adelante. Seguiste caminando, aun cuando la vida te rompió las alas para caminar, tú seguiste empeñada en que tú podías seguir adelante; y, sí, sí señora, lo lograste. Muchos se hubieran derrumbado, pero tú seguiste caminando mirando al frente, a las duras y a las maduras. Sí, yaya, fuiste una mujer fuerte y valiente, una mujer con carácter que sabía callar. Una mujer inteligente en la sombra, con paciencia y con templanza; que se arriesgó, y asumió la vida y sus consecuencias sin quejas, ni rechistes y además con buen humor.
Bravo y te admiro por ello, y siempre, siempre lo haré. Y aprendo cada lección que con tu experiencia nos enseñaste. Porque hay que aprender de la experiencia.

Y tú eras mi abuela. Nuestra abuela. Nuestra madre y nuestra suegra. Y creaste una familia cuando llegaste aquí, a Sabadell, hace no sé cuántos años. Una familia que supiste mantener unida y con amor. La familia Esteban, los tuyos, como tú eras nuestra. Y juntos tantos momentos, tanto crecer juntos, tanto compartir, tantas risas y preocupaciones también. Tanta vida. Y nosotros cada vez más grandes, y aquí, unidos. Y tú te vas, y la vida continua. Y está bien así y seguimos caminando. Porque así debe ser. Pues a la muerte hay que mirarla desde la perspectiva de la vida, y a la vida desde la perspectiva de la muerte para valorarla; ya que vivir eternamente no tendría ningún sentido.

Por esa razón, hoy, en el día de tu entierro solamente podemos celebrar tu vida. Celebrar cada momento que pasamos contigo, cada sonrisa, cada abrazo y cada mirada. Y ¡qué más me da si no pude darte un último beso antes de que te fueras!, qué más me da si te he dado tantos, y cada uno ha sido sincero y único, primero y último. Qué más me da, si tuve el placer de conocerte y de compartir contigo y de aprender de ti. Eso es la vida. Lo que viví en cada momento presente contigo, y todo el resto es caduco y ya no existe y ya se fue. La vida es lo que fue ese momento en su presente, y sé que ése lo viví plenamente, cada momento contigo, cada beso, cada sonrisa y cada abrazo; y hoy vivo plenamente esta muerte pues me parece un bonito fin de un precioso camino, del que me siento orgullosa de haber formado parte. El camino de tu vida.

Y ahora queda el camino de la muerte. No sabemos lo que hay ahí detrás, quizás algún día me lo cuentes como antes nos contabas las historietas de tu vida. Pero eso será más adelante, y hemos dicho que vamos a pensar en presente. Y el presente es hoy, que es un día de despedida, de hasta luego, ya sabes, pues todos tomamos el mismo barco un día u otro; pero hoy nosotros estamos aquí, y nos toca vivir, y mirar a la vida hacia delante con esos ojos brillantes tal cual tú lo hiciste siempre; y nos toca abrir las alas y caminar como tú nos enseñaste que hay que hacerlo, pajarito, con coraje y buen humor, hacia adelante, siempre hacia adelante y con el corazón brillante.

Gracias yaya, por todo. No dudes que cada momento de ti está en nuestro corazón. Siempre y para siempre. Te quiero. Te queremos. Mucho… Descansa en paz, y no dejes nunca de volar.