jueves, 26 de septiembre de 2013

el listo del pasado


Vivir de los recuerdos.
Aferrarse a ellos. Vivir con ellos. Levantarse con ellos. Comer con ellos. Hablar con ellos.
El pasado es una forma que viene del más allá. Una forma sin forma que nos posee y nos marca el camino, la forma y todo el contenido sin dejarnos ver nada más. El pasado enciega con su mano casera, que ya conocemos, desde luego. Da igual si lo conocido fue bueno, malo o indiferente, lo conocido es lo conocido y ése es su único y gran interés. Lo conocido se aferra a nosotros para que juzguemos el presente y lo modifiquemos en torno a aquello conocido. Lo conocido nos encierra para hacernos más pobres, más tristes y más aburridos.
La repetición y lo conocido son íntimos amigos. Pues lo único que pretende el segundo es que la primera siga sus pasos; el gran hermano mayor marcando el camino y dirigiendolo, para que la pequeña pierda toda su frescura, toda su autenticidad, todo su riesgo.

El pasado y los recuerdos son venenos que te enferman por dentro. Es un gas tóxico que se apodera de ti por las noches y no te deja respirar, no te deja dormir en paz. No te deja conciliar el sueño y pues descansar, porque descansar sería mandar a tomar por culo a los recuerdos, y aprovechar de esa cama increíblemente fantástica que te está arropando en este momento.
Los recuerdos son jueces del presente, y son unos putos coñazo, no se ríen nunca, ni conoce la espontaneidad. Todo para ellos está marcado bajo las normas de la ley, de la experiencia, del conocimiento. Yo una vez quería ser juez, de pequeña, pero luego me di cuenta que la justicia es toda mentira, y no tan solo por la corrupción que la carcome como a todas sus otras hermanas profesionales; la justicia es mentira porque su propio principio y definición no tiene razón de ser, porque todo es nuevo y relativo y todo cambia; y yo hoy puedo ser asesina o plebeya o tirana, me guste mucho, poco o nada.

Pues sí, la justicia y los recuerdos se dan la mano por las mañanas, y sobre todo por las noches. El pasado es un listo juez posicionado. Llegó donde está e imposible moverlo pues se cree que lo sabe todo el chaval.
Al pasado hay que matarlo cada día cuando nos levantamos. Al pasado no hay que hacerle ni caso, ni siquiera cuando nos viene con sus cuentos de erudito y experimentador. Su experiencia pasada no es la misma hoy. De la vida nos salvará nuestro instinto no nuestra experiencia, ni nuestra sabiduría, ni toda esa mierda que me interesa tan poco. Así que al pasado ni caso. Lo que de él aprendí no me hace falta pensarlo, lo llevo incrustado en la piel, las entrañas y todo mi ser, así que todo bien.
Yo no quiero saber nada. No quiero enumerar hazañas, ni contar peripecias, no quiero hablar de lo que hice ayer y paso de todos vuestros rollos que me comen la cabeza. Bastante enferma estoy ya. Quiero ser la más inculta de todas. Quiero ser la que tenga menos referencias y la que no sepa hablar. Yo tan solo quiero caminar, compartir mientras camino y ya.

martes, 17 de septiembre de 2013

la miseria y los miserables


En Centroeuropa el invierno llega antes, y pues el otoño también. El otoño suele gustarme bastante porque es un momento de actividad. Llueve y esas movidas, pero bueno el corazón todavía sigue caliente y con esperanza.
Las lluvias no son lluvias iguales en todos lados. La lluvia en el campo calma, la lluvia en una ciudad no tanto. Las ciudades no son todas iguales. Las ciudades pequeñas suelen ser más asequibles para el ser humano, y las grandes son una máquina del más allá. Luego hay máquinas y máquinas; máquinas destartaladas y máquinas que funcionan a todo gas. Cuando algo funciona la gente está contenta y se concentra para que todavía vaya mejor, cerrando su visión tanto que llegan hasta a olvidar la lluvia.
La lluvia en otoño es fría, y en una ciudad además es gris.
El gris nubla la vista e inconscientemente el pensamiento también.
Todos pecamos de pensamiento nublado, todos, unos por tontos y otros por despistados, pero todos pecamos igual. Y el pensamiento nublado nos transforma en miserables. Miserables porque dejamos de observar la lluvia para obcecarnos con la máquina.
En la lluvia hay miseria, en las ciudades con lluvia hay miseria, en las ciudades con máquinas que funcionan a todo gas hay miseria, y todos nosotros miserables dentro.

¿Cómo coño se hace para ayudar al mundo entero?
¿Cómo coño se hace?
Perdonad que hable como una niña, pero supongo que mi corazón de niña que no deja de serlo y no puede hablar de otra manera pues.
La razón dice, sí, no puedes ocuparte del mundo, ocúpate de tu parcela y siémbrala bien y eso hará que el mundo se transforme indirectamente. Sí muy bien lo sé. Pero la razón a veces me parece tan solo una miserable que habla cómo tal.

¿Qué coño hace una familia con 3, 4, 5 bebés en la calle cuando llueve?
¿¡Qué coño hace!? ¿Y qué coño haces tú, más que la puta miserable?

Yo a veces pienso que me estoy volviendo loca poco a poco.
Cada vez siento más y entiendo más esos sentimientos y eso me va volviendo loca. Yo antes no era así. Creo que antes mi ignorancia me hacia mantenerme más tranquila; y ahora el entender me ha hecho desquiciarme. Por fuera todo va bien, no se nota ni un ápice de la tormenta. Pero por dentro cada vez hay más miedo de lo que ahí se forma. Por dentro cada vez pese a conocerme más me controlo menos. Pero mi miserable forma exterior me contiene y eso es lo que me da más asco de todo.

¿Qué haría yo en esa calle tirada? Una noche y otra, con lluvia y frio, y hambre… ¿Cómo aguanta esa gente para no volverse loca? ¿Para no liarse a tiros, para no quemar el mundo? ¿Cómo coño aguantan? ¿Cómo?

Sé que hablar de la miseria es un tópico, sobre todo después de tener muchos telediarios que nos la plantean a cada minuto como algo que ocurre acá, pero, ¡ojo!, allá, allá, al otro lado de la pantalla.
Los de mi generación no tenemos ni puta idea de miseria y pues somos los más miserables de todos. Los de mi generación somos unos listillos que no paramos de darnos golpes con lo que la vida nos plantea a bofetadas al final, porque, ai, qué te creías tontolaba, que todo era un camino de rosas? Los de mi generación tenemos buen corazón, pero no sabemos qué hacer con él. Los de mi generación nacimos perdiendo una parte de humanidad que ansiamos por recuperar. Los de mi generación tenemos mucho que aprender, y mucho por perder…
No sé porque hablo de generaciones cuando estoy hablando de mi misma.
En fin, supongo que era un recurso lingüístico. Un miserable recurso lingüístico, no más.