jueves, 5 de diciembre de 2013

LA FÁBULA DE LA NIÑA Y EL MUERTO



Érase una vez una niña enamorada de un muerto.
Enamorada del amor que ese muerto le procuraba, enamorada de sus palabras, sus gestos y sus miradas.
Érase una vez una niña enamorada de un muerto y enamorada del amor.

La niña vivía sola en un bosque de almas en pena donde nadie creía en el amor y eso siempre la entristecía mucho.
Una vez mientras recolectaba sus pequeñas flores la niña se cruzó con el muerto.
La niña se extrañó de su presencia y le preguntó quién era.
Él le respondió que qué raro que no lo conociera cuando era él quien iba a acompañarla en el viaje de su vida.
La niña no entendió sus palabras cuando éste las dijo, pero le sonrió y enseguida se hicieron amigos.
Tal como el muerto había dicho, juntos de dedicaron a viajar por el mundo entero.
El muerto siempre cuidaba de la niña y la llenaba de atenciones.
La niña estaba feliz de poder compartir el amor con el muerto.
Un día la niña cuando trepaba por una montaña, cayó por un barranco y se rasgó el cuerpo con una piedra.
El muerto enseguida corrió en su búsqueda para salvarla y ver que si se encontraba bien.
La herida de la niña sangraba mucho pero el muerto logró curarla con todo su amor.
En esa noche y a partir de cada gota de sangre derramada nació Bobó, símbolo del amor que la niña y el muerto compartían.
Las aventuras siguieron y los dos amigos seguían experimentando y disfrutando de la vida.
Un buen día en un frío invierno la niña se enamoró de un animal y el animal se enamoró de ella.
Juntos eran dos salvajes endiablados que tan solo pensaban en jugar y hacer travesuras.
El muerto los miraba de lejos y callaba mientras movía la cabeza; y entonces, la niña, con una sonrisa juguetona le enviaba uno de sus más tiernos guiños.
El muerto entonces bebía vino tinto y miraba al cielo, hablaba con las otras almas y dejaba hacer.
Una noche con su copa en la mano encontró a la niña sentada sola a la vera del mar.
Se acercó a ella y le acarició el lóbulo de la oreja.
Le dijo ‘¿cómo estás princesa?’ y entonces vio que sus ojos estaban tristes.
La niña empezó a llorar muy desesperadamente y le contó su historia de amor y dolor con el animal.
Una historia que el muerto ya sabía pero que quiso escuchar una vez más.
Con las palabras más dulces de la tierra el muerto abrazó a la niña y la calmó con su ternura.
Se tumbaron y hablaron de amor y de amar.
El muerto decía que él estaba enamorado del amor y que eso era lo más grande que podía haber.
La niña se conmocionó con esas palabras y se dio cuenta que ella también sentía lo mismo.
Se dio cuenta que ella estaba enamorada del amor, y no del animal.
Que el amor estaba por encima del animal y de todo lo demás.
Entonces, el muerto y ella se miraron a los ojos y se convirtieron en cómplices del amor.
Los dos sabían qué era el amor y eso se convirtió en el gran secreto de su corazón.

Un día la niña se despertó y el muerto ya no estaba.
¿Es que había estado soñando?
A partir de entonces empezó a dibujar al muerto en su memoria.
Recordaba tantas cosas con él…
Pero ¿dónde estaba ahora?
El muerto ¿no existía?
El corazón de la niña latía con fuerza violenta sin saber qué pensar.
El amor que sentía por el muerto la golpeaba por dentro.
Y su gran secreto quería escapar.
Los días pasaron y el muerto no aparecía.
Poco a poco la niña perdió la esperanza de volverlo a ver.
Tuvo entonces que aceptar que el amor y la muerte no se podrían separar nunca jamás.
Pues la muerte representaba el amor y el amor al muerto.



(A Skal, pour toujours dans mon coeur)

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