domingo, 31 de agosto de 2014

la noche condal

Barcelona siempre me enamora por las noches, cuando me pierdo y me veo obligada a recorrerla sin rumbo, de punta a punta, a diestro y siniestro. 
Barcelona me parece mágica e inalcanzable cada vez. Un sueño que no llego a tocar y que a la vez me pertenece, pero que tan solo puedo admirar desde fuera, a lo lejos, jamás logrando su interior.
Por el día Barcelona es otra y me repugna soberanamente, por la noche vuelve a ser ella, la que conozco, y todo vuelve a ser posible. Cada silencio y cada calle están deseado ser dibujados.
Barcelona por la noche es paz y filosofía. Es contemplación y ensueño.
Cada gato deja ver su vida propia y cada vida toma de pronto valor. La masa desaparece y queda el humano y allí empieza de nuevo el sueño.
¿Cuántas veces he caminado esta ciudad de punta a punta? ¿Cuántas noches recorriendo sus esquinas y soñando al caminar?
Barcelona me da rabia porque nunca fue mía, porque jamás me perteneció pese a haberla amado tanto y pese a haber formado tanto parte de ella. Así es ella, como todo lo que se ama que jamás te llega a pertenecer, porque la propiedad no existe y solo existen los sueños que tan solo son reales cuando se hacen al caminar. Todo lo demás es engañarse y un creer tener o estar teniendo.
Lo bello tan solo se puede admirar, y tocarlo es sacrilegio. Aunque, joder, qué alto es el deseo de poderlo hacer tuyo. Qué grande es el deseo de poseer, de fusionarse a algo y pertenecer. Qué fuego tan ardiente provoca y qué excitación para el ser...
Pero de nuevo eso es todo mentira, y todo caduco, y todo así; pues la belleza, como el amor, tan solo se huele, se percibe y ya se fue y, el resto es paz y el buen gusto del vivir, el instinto del ahora sin sueño del mañana o del ayer.
Y qué difícil parece a veces todo esto cuando el caminar te lleva a los sueños y los sueños al soñar, y el soñar al estar soñando. Soñando despierto y despierto sin estar aquí de nuevo en estas calles como la primera vez, sin historia, sin saber. Como una primera vez.
Y cuántas vidas y cuántos momentos, y el pasado te aborda con su dulce elixir en esta ciudad natal del mar. El pasado próximo, el lejano y el medio. Tantas cosas y todo se desvanece en las oscuridad de la noche, pues ésta sigue siendo la misma y jamás cambió, jamás dejó de ser.
Todo cambia y todo pasa, y todo es cero o cien, todo o nada. Y de pronto estás y ya no estás más, y perteneces y dejas de pertenecer, y algo es tu vida y lo deja de ser. Y este pasaje es muy pasajero, y aunque yo soy pasajera abonada y sin devoción, a veces me admira este no ser nada y todo, este estado de impermeabilidad, de transparencia continua y de transformación.
Así que Barcelona siempre me pone los puntos sobre las ies y me hace punto muerto para empezar de nuevo a mirar. Me lo recuerda todo para obligarme a olvidarlo y a seguir caminando por esta noche oscura, sabiendo que cada noche sigue siendo una nueva sorpresa, una nueva historia por escribir en estas calles y en tantas otras; una nueva aventura y un nuevo aroma y un seguir estando aquí.