domingo, 21 de julio de 2013

la mudanza y los libros que me llevaré

Qué movida más rara tú. Se me había olvidado por completo.
Hay mucha cosa loca suelta, pero mucha mucha.
Pues nada, que se me había olvidado esto del nomadismo, y pues que aquí estoy otra vez en las andadas... joder, qué pereza. Este ciclo lo voy a finiquitar rápido, porque ya me empieza a aburrir. A mi me gusta viajar, pero lo del nomadismo es un coñazo. Este sentirse de ninguna parte, este inventarse cada vez de nuevo. A ver, no me voy a quejar, porque en el fondo sé que eso también tiene su punto saludable, el cambio, pero creo que el peso de los 30 ya me va acechando, o quizás no es ninguna pollada así, sino tan solo el aburrimiento de la repetición. O quizás tan solo sea la experiencia.
Pero bueno, vayamos a lo de hoy. 

Me he puesto hace un rato a hacer cajas para adelantar faena. 
Yo tenía mi casita bien limpita y ordenadita, los libros en sus estanterías bien colocados, o en pilas creando formas cálidas y hogareñas, apiladitos todos ellos, a gustito en el rozarse suavemente unos a otros acompañados con sus amigos de estanterías, sus vecinos, incluso también con aquellos que contradicen sus ideas. Estaban en comunidad, una comunidad de libros, con sus hábitos, sus pequeñeces, el lugar donde comprar el pan, el rinconcito para las cuatro risas, el pilar familiar, y todas esas cosillas que hacen que la vida de un libro sea vida.
Pues ala, todo eso se acabó.
Las estanterías están ahora vacías y con polvo, o con cuatro libros sueltos que lloran sin saber su destino.
Al resto les ha llegado mayor pesar, la oscuridad del olvido.
Encerrados en unas cajas reutilizadas y sin presencia, tratan de encontrar una rayita de aire para respirar. Víctimas de los caprichos humanos, como aquellos judíos en aquél tren de antaño. Qué pena.
El destino de esos libros es la muerte, y por eso me pregunto yo si no será mejor suicidarlos antes. ¿De qué sirve acumular recuerdos vacíos? 
De cada libro acumulamos un pequeño saber, y éste se queda dentro de nosotros, se queda dentro de la vida, para progresar. Todo lo demás es muerte.
Todo lo que no evoluciona con nosotros está muerto. Todo lo que no camina a nuestro lado murió. Caminar se camina de muchas maneras aunque en el fondo todo caminar está bien.
Cuando abandonas un espacio, se generan muertes. Cuidado, no es un drama; es solo que a veces algunas de ellas no quieres que se generen. Hay que escoger los libros que te llevas contigo, las camisas y tu nuevo ser. Hay que escoger y que ellos te escojan. Que cuando los cojas y los metas en la maleta no se resbalen por los dedos. Que tengan ganas de seguir cerca de ti como tú de ellos.

Hoy he empezado a hacer cajas para esta nueva mudanza, pero esta vez no voy a dejar morir a todos esos seres. Me voy a llevar a unos cuantos. Esta vez sí. Supongo que con el tiempo, te das cuenta de que sí, que las cosas si no las llevas contigo, si no están a tu lado, mueren. Y en esta mudanza, esta vez, no quiero muertes sino evoluciones. Esta vez sumo y no corto. Esta vez abro los ojos y me vuelvo hechicera, y me llevo el pasado a mi futuro, y comparto mi futuro con mi pasado. Y esta vez voy a ser más presente que nunca. Y esta vez es la vez.
La vez en que no rompo los hilos, y la vez en la que la magia existe, la vez en la que lo que tiene que perdurar perdura, y lo que tiene que pasar pasa, la vez donde las fronteras no están lejos, sino aquí al otro lado, la vez en que esta mudanza, se transforma tan solo en midanza, y me llevo a mis giros conmigo, está vez sí, a mis saltos y pirouettas, esta vez me llevo a los que quiero y a los que me quieren. Esta vez me llevo todo lo que vale de verdad, y no pienso dejarme nada. Esta vez no.

jueves, 11 de julio de 2013

El silencio de los hombres



El género masculino tiene una serie de particularidades muy significativas que el otro género (el mío), a veces no sabe descifrar. 

Hoy queridos lectores de todo el mundo, del espacio cybernáutico, cosmológico e internacional, voy a hablar de un tema de rabiosa actualidad: el silencio de los hombres.

Bien. Empecemos por describir los hechos del acto en sí.
El silencio de los hombres acontece en situaciones específicas climáticas de especial calor atmosférico-corporal: cuando el terreno está caldeadito vamos. Una vez dichas condiciones están bien instaladas, generalmente existe un pequeño detalle completamente práctico y aparentemente sin importancia, que acontece. Dicho detalle, que en principio parece ser simple, resulta que requiere de una acción comunicativa para poderse resolver. Es ahí cuando aparece el acto: el silencio del hombre.

El silencio del hombre es una no respuesta. Un vacío. Un… pip-pip-pip-pip-piiiiiiiiiiiiip….
Una respuesta -positiva o negativa- forma parte de un acto comunicativo que se resuelve: si o no. Un silencio forma parte de un acto comunicativo que queda sin resolver (y luego se supone que somos nosotras las que no somos claras y las ambiguas… ). Es decir que se queda en el estómago, en la cabeza, en el hombro, el dedo meñique, o en la pelvis creando cáncer después.

La cuestión, es que siendo algo tan nocivo, aquí una presente no entiende por qué los hombres practican tanto esta actividad. Porque además es algo intrínseco de los hombres…
Yo prefiero que un tío me pegue una hostia en la cara que me haga un silencio.
Porque si me pega una hostia en la cara por lo menos se la puedo devolver! Pero así no hay manera...
Lo que me jode más del silencio de los tíos, es que conlleva una estrategia muy particular: pasado el debido tiempo (días, meses, años, depende de la situación), la comunicación se reanuda como si nada hubiera pasado, por supuesto sin mencionar absolutamente nada del hecho, y ala! todos tan contentos. Cuánta hipocresía…
A mi me parece perfecto el ‘aquí no ha pasado nada’ y hasta me voy a pegar unas risas de vuelta y todo, pero, cuidadito baby, que una cosa es perdonar y otra olvidar. Y el que olvida es tonto pues no quiere aprender. Porque si olvidásemos nuestra historia estaríamos perdidos, y el pueblo jamás se hubiera podido construir a sí mismo.

Yo es que soy guerrera ¿saben? Pero guerrera de verdad. A mi me dan un palo y me lío a diestro y siniestro a rozar el viento y a matar fantasmas como don Quijote en la mancha, hasta que logre un par de frutos para meterme a la boca y un par de animales bien simpáticos con los que chachear.
Soy una salvaje, que camina por la selva observando a la luna y escuchando al sol. Y cuando me hablan contesto, o rujo, o me cago en dios, pero algo digo, aunque sea stop.
El otro día hablaba de silencios y hoy hablo de gritos.
Si es que… quien me entienda que me compre, o que se calle para siempre jamás. Bueno, no, que se calle no, que me da mucha rabia…

lunes, 1 de julio de 2013

la mirada


Cuánta gente, cuántas cosas, cuánta vida pasando, tan diferente. Cada elemento diferente, cada momento un nuevo contraste. Cada vez más saber que todo está por descubrir y que este viaje es infinito. Cada vez más caras y menos sombras. Y pues, cada vez más caminar hacia delante con seguridad de lo que hay detrás.

Un mundo poblado de desconocidos donde cada uno representa un prototipo de algo. El prototipo del tonto, el feo y el estresado. El enfermo y la agobiada. La perdida y el solitario. El bloqueado y el que lo quiere todo porque en el fondo no comprende nada. El enfermo nuevamente (de enfermos hay un montón). El soñador y el guaperas. El inspirado y la del móvil, y otro enfermo más.
Y entre tal fauna aparece un niño que camina tan tranquilo con la inocencia como única bandera. A su puto rollo curioseando por aquí y por allá. Feliz y sonriente. Y me dan ganas de que todo el mundo pare de correr y observe un poco a ese niño, y aprenda algo de él, y que vean la influencia que le están infligiendo. Y que de ésta depende que el día de mañana ese niño sea un asesino o un soñador, uno que camina tranquilo o un enfermo más, y que, eh, cuidado, todo esto tiene su importancia.

Y me pregunto por qué todo el mundo me mira de reojo mientras escribo en mi libreta y les miro. Yo, de reojo no, sino a los ojos. Claro; yo personifico al prototipo de la chica que escribe en la libreta. Y me miran curiosos pensando “¿qué será lo que escribe esta chica en la libreta?”. Ellos saben que yo sé algo pero no saben qué. Y yo no sé nada, yo tan solo escribo lo que veo. Y se piensan que hablo sobre otros en mis notas, pero no, hablo sobre ellos. Porque ellos están en mi realidad, influyéndola como la de ese niño. Y ahora la niña soy yo. Y miro curiosa lo que tengo delante, cada partícula de ser, que se cree oculto, pasivo individuo sin importancia. Pero no, queridos seres pasivos irresponsables, la pasividad es la mayor acción que existe. La pasividad es peligrosa. 

Quién sabe, quizás esa mirada curiosa por la chica que escribe dé algún buen fruto esta tarde, aunque solo sea el recuerdo de saber que algún día también aprendieron a escribir, y pues a ver, a mirar, a observar. En vez de hablar tanto…
Cuánto habla la gente…
Y yo cada día más enamorada del silencio.
Del silencio y del cuerpo. Y del sentir.