Cuánta gente,
cuántas cosas, cuánta vida pasando, tan diferente. Cada elemento diferente,
cada momento un nuevo contraste. Cada vez más saber que todo está por descubrir
y que este viaje es infinito. Cada vez más caras y menos sombras. Y pues, cada
vez más caminar hacia delante con seguridad de lo que hay detrás.
Un
mundo poblado de desconocidos donde cada uno representa un prototipo de algo. El
prototipo del tonto, el feo y el estresado. El enfermo y la agobiada. La perdida
y el solitario. El bloqueado y el que lo quiere todo porque en el fondo no comprende
nada. El enfermo nuevamente (de enfermos hay un montón). El soñador y el
guaperas. El inspirado y la del móvil, y otro enfermo más.
Y entre
tal fauna aparece un niño que camina tan tranquilo con la inocencia como
única bandera. A su puto rollo curioseando por aquí y por allá. Feliz y
sonriente. Y me dan ganas de que todo el mundo pare de correr y observe un poco
a ese niño, y aprenda algo de él, y que vean la influencia que le están
infligiendo. Y que de ésta depende que el día de mañana ese niño sea un asesino
o un soñador, uno que camina tranquilo o un enfermo más, y que, eh, cuidado, todo
esto tiene su importancia.
Y me
pregunto por qué todo el mundo me mira de reojo mientras escribo en mi libreta
y les miro. Yo, de reojo no, sino a los ojos. Claro; yo personifico al
prototipo de la chica que escribe en la libreta. Y me miran curiosos pensando “¿qué
será lo que escribe esta chica en la libreta?”. Ellos saben que yo sé algo pero no saben qué. Y yo no sé nada, yo tan solo escribo lo que veo. Y se piensan que hablo sobre otros en mis notas, pero no, hablo sobre ellos.
Porque ellos están en mi realidad, influyéndola como la de ese niño. Y ahora la
niña soy yo. Y miro curiosa lo que tengo delante, cada partícula de ser, que se
cree oculto, pasivo individuo sin importancia. Pero no, queridos seres pasivos
irresponsables, la pasividad es la mayor acción que existe. La pasividad es peligrosa.
Quién sabe, quizás esa mirada curiosa por la chica que
escribe dé algún buen fruto esta tarde, aunque solo sea el recuerdo de saber
que algún día también aprendieron a escribir, y pues a ver, a mirar, a observar. En vez de hablar tanto…
Cuánto
habla la gente…
Y yo
cada día más enamorada del silencio.
Del
silencio y del cuerpo. Y del sentir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario