Vivir de los recuerdos.
Aferrarse a ellos. Vivir con ellos. Levantarse con ellos. Comer
con ellos. Hablar con ellos.
El pasado es una forma que viene del más allá. Una forma sin forma
que nos posee y nos marca el camino, la forma y todo el contenido sin dejarnos
ver nada más. El pasado enciega con su mano casera, que ya conocemos, desde
luego. Da igual si lo conocido fue bueno, malo o indiferente, lo conocido es lo
conocido y ése es su único y gran interés. Lo conocido se aferra a nosotros
para que juzguemos el presente y lo modifiquemos en torno a aquello conocido.
Lo conocido nos encierra para hacernos más pobres, más tristes y más aburridos.
La repetición y lo conocido son íntimos amigos. Pues lo único que
pretende el segundo es que la primera siga sus pasos; el gran hermano mayor
marcando el camino y dirigiendolo, para que la pequeña pierda toda su frescura,
toda su autenticidad, todo su riesgo.
El pasado y los recuerdos son venenos que te enferman por dentro.
Es un gas tóxico que se apodera de ti por las noches y no te deja respirar, no
te deja dormir en paz. No te deja conciliar el sueño y pues descansar, porque descansar
sería mandar a tomar por culo a los recuerdos, y aprovechar de esa cama
increíblemente fantástica que te está arropando en este momento.
Los recuerdos son jueces del presente, y son unos putos coñazo, no
se ríen nunca, ni conoce la espontaneidad. Todo para ellos está marcado bajo
las normas de la ley, de la experiencia, del conocimiento. Yo una vez quería
ser juez, de pequeña, pero luego me di cuenta que la justicia es toda mentira,
y no tan solo por la corrupción que la carcome como a todas sus otras hermanas
profesionales; la justicia es mentira porque su propio principio y definición
no tiene razón de ser, porque todo es nuevo y relativo y todo cambia; y yo hoy
puedo ser asesina o plebeya o tirana, me guste mucho, poco o nada.
Pues sí, la justicia y los recuerdos se dan la mano por las
mañanas, y sobre todo por las noches. El pasado es un listo juez posicionado.
Llegó donde está e imposible moverlo pues se cree que lo sabe todo el chaval.
Al pasado hay que matarlo cada día cuando nos levantamos. Al
pasado no hay que hacerle ni caso, ni siquiera cuando nos viene con sus cuentos
de erudito y experimentador. Su experiencia pasada no es la misma hoy. De la
vida nos salvará nuestro instinto no nuestra experiencia, ni nuestra sabiduría,
ni toda esa mierda que me interesa tan poco. Así que al pasado ni caso. Lo que
de él aprendí no me hace falta pensarlo, lo llevo incrustado en la piel, las
entrañas y todo mi ser, así que todo bien.
Yo no quiero saber nada. No
quiero enumerar hazañas, ni contar peripecias, no quiero hablar de lo que hice
ayer y paso de todos vuestros rollos que me comen la cabeza. Bastante enferma
estoy ya. Quiero ser la más inculta de todas. Quiero ser la que tenga menos
referencias y la que no sepa hablar. Yo tan solo quiero caminar, compartir mientras camino y ya.
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