En Centroeuropa el invierno llega antes, y
pues el otoño también. El otoño suele gustarme bastante porque es un momento de
actividad. Llueve y esas movidas, pero bueno el corazón todavía sigue caliente
y con esperanza.
Las lluvias no son lluvias iguales en todos
lados. La lluvia en el campo calma, la lluvia en una ciudad no tanto. Las
ciudades no son todas iguales. Las ciudades pequeñas suelen ser más asequibles
para el ser humano, y las grandes son una máquina del más allá. Luego hay
máquinas y máquinas; máquinas destartaladas y máquinas que funcionan a todo
gas. Cuando algo funciona la gente está contenta y se concentra para que todavía
vaya mejor, cerrando su visión tanto que llegan hasta a olvidar la lluvia.
La lluvia en otoño es fría, y en una ciudad
además es gris.
El gris nubla la vista e inconscientemente el
pensamiento también.
Todos pecamos de pensamiento nublado, todos,
unos por tontos y otros por despistados, pero todos pecamos igual. Y el
pensamiento nublado nos transforma en miserables. Miserables porque dejamos de
observar la lluvia para obcecarnos con la máquina.
En la lluvia hay miseria, en las ciudades con
lluvia hay miseria, en las ciudades con máquinas que funcionan a todo gas hay
miseria, y todos nosotros miserables dentro.
¿Cómo coño se hace para ayudar al mundo
entero?
¿Cómo coño se hace?
Perdonad que hable como una niña, pero
supongo que mi corazón de niña que no deja de serlo y no puede hablar de otra
manera pues.
La razón dice, sí, no puedes ocuparte del mundo,
ocúpate de tu parcela y siémbrala bien y eso hará que el mundo se transforme
indirectamente. Sí muy bien lo sé. Pero la razón a veces me parece tan solo una
miserable que habla cómo tal.
¿Qué coño hace una familia con 3, 4, 5 bebés
en la calle cuando llueve?
¿¡Qué coño hace!? ¿Y qué coño haces tú, más
que la puta miserable?
Yo a veces pienso que me estoy volviendo loca
poco a poco.
Cada vez siento más y entiendo más esos
sentimientos y eso me va volviendo loca. Yo antes no era así. Creo que antes mi
ignorancia me hacia mantenerme más tranquila; y ahora el entender me ha hecho
desquiciarme. Por fuera todo va bien, no se nota ni un ápice de la tormenta.
Pero por dentro cada vez hay más miedo de lo que ahí se forma. Por dentro cada
vez pese a conocerme más me controlo menos. Pero mi miserable forma exterior me
contiene y eso es lo que me da más asco de todo.
¿Qué haría yo en esa calle tirada? Una noche
y otra, con lluvia y frio, y hambre… ¿Cómo aguanta esa gente para no volverse
loca? ¿Para no liarse a tiros, para no quemar el mundo? ¿Cómo coño aguantan?
¿Cómo?
Sé que hablar de la miseria es un tópico,
sobre todo después de tener muchos telediarios que nos la plantean a cada
minuto como algo que ocurre acá, pero, ¡ojo!, allá, allá, al otro lado de la pantalla.
Los de mi generación no tenemos ni puta idea
de miseria y pues somos los más miserables de todos. Los de mi generación somos
unos listillos que no paramos de darnos golpes con lo que la vida nos plantea a
bofetadas al final, porque, ai, qué te creías tontolaba, que todo era un camino
de rosas? Los de mi generación tenemos buen corazón, pero no sabemos qué hacer
con él. Los de mi generación nacimos perdiendo una parte de humanidad que
ansiamos por recuperar. Los de mi generación tenemos mucho que aprender, y
mucho por perder…
No sé porque hablo de generaciones cuando
estoy hablando de mi misma.
En fin, supongo que era un recurso
lingüístico. Un miserable recurso lingüístico, no más.
1 comentario:
osada y maravillosamente miserable.
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