La luna llama a mi puerta. Me llama y me despierta. Cada día
hay más luz en mi alma, más claridad y simpleza fresca; y a la vez las
tinieblas hablan. No son voces perturbadas, son voces que claman a la vida y al
placer, pues la nada lleva al extremo del todo, y tan solo en ambos se
encuentra la verdad.
La verdad no son palabras pues las palabras no existen, la
verdad es existencia y es lo que es. Es ese todo que encuentro en la luz y que
me habla desde la oscuridad. La oscuridad me habla tanto… se dibuja entre mis
senos recorriendo las curvas de mis caderas para dejarse desprender como una
ráfaga de aire hacia el suelo, cubriéndolo todo, cubriendo toda las superficie
del universo. Todo lo que existe y todo lo que no veo. Y ese todo es blanco y
no contiene más que el vacío, pero a la vez, dentro, esconde su poder
enfurecido lleno de sangre y sabor; lleno de energía y color; de fuerza y
cólera por no estar explotando, pues las tinieblas siempre deben vivir
escondidas en la oscuridad. Siempre fueron marginadas eruditas, que lo sabían
todo pero tuvieron que callar, pues la verdad no se puede contar con palabras,
la verdad hay que vivirla.
El silencio es el motivo más sabio del saber, el silencio
deja ver lo invisible y da paso a la imaginación. El erotismo empieza en ese
lugar. Pero ¿a quién le gusta de verdad el erotismo? La gente en el fondo tiene
miedo de él, pues el erotismo es siempre desconocido y vive en las tinieblas, y
allí siempre vivirá, es su hábitat y su oxigeno. El erotismo me tienta a cada
paso, pero no lo encuentro en cada esquina. En cada esquina veo luz y sosiego,
y eso está bien y me gusta; pero aun así sigo buscando a cada paso esa esquina
escondida en la oscuridad, que abre la puerta a esos otros sueños, y que es
capaz de tutear a mi interior. Siempre fue así, y siempre la acabo encontrando,
porque en realidad vive aquí dentro entre el mi corazón y mi sexo, es solo que
ella sabe que no puede mostrarse a cada paso, porque sería entonces imposible
conservar la marcha, así que dosifica. Y mientras vive pausada y tranquila, y
observando, siempre observando y sin juzgar. Pero en el momento menos pensado
va a volver a salir por el hueco, voy a ver ese ojo que se ilumina ahí abajo y
me llama a entrar a un nuevo lugar desconocido, donde las fiestas ya no son
entre almas vacías, mas entre almas llenas de verdad. Entre almas que también
viven pausadas alimentando a su demonio interior. Pues al demonio para que
tenga fuerza hay que alimentarlo y darle mucho amor, al demonio hay que
quererlo para que tenga poderío. Él es el artista y el que corta el bacalao, y
es el que pone el primer pie en el suelo para actuar. Al demonio hay que
alimentarlo para que los ángeles vuelen más alto y respiren mejor. Al demonio
hay que quererlo como a un padre pues es el que te enseña la lección. El
demonio está dentro y su carrera ha sido mal juzgada, pues siempre fueron los
estudiosos los que lo llevaron al tribunal. Y los estudiosos, y los que quieren
entenderlo todo y hablar de todo, no hablan de nada y encima juzgan mal. Porque
¿cómo se puede estudiar un olor? ¿cómo un sabor? ¿cómo una caricia? ¿una
mirada? o ¿un sonido? ¡No tiene ningún sentido! Y además me aburre
soberanamente su chachadería sobre el pasado, el futuro o el más allá. ¿Qué hay
de este momento? ¿Alguien entiende lo que es estar? ¿Alguien sabe qué es eso?
Estar, estar, estar. Solamente eso. Qué difícil es ver a alguien estando… Por
eso tan solo los ángeles y el demonio son mis amigos, porque ellos están y
están de verdad. Y todo lo demás es superficial, banal y aburridísimo. Y
permitir que alguien te aburra es pecado en el reino de la verdad. Yo desde luego
no me aburro nunca. Imposible aburrirse poseyendo al demonio y a sus ángeles
benditos. Imposible. Y por eso la luna me habla por la noche y el sol por la
mañana. Y hace unas horas era la luna y ahora es el sol, y así vamos con el pin
y pon.
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