El viaje es
un espacio de tiempo de silencio y de observar, de poner pensamientos en orden,
y de estar.
Recuerdo la
primera vez que sentí lo que era viajar en mi propia piel, en aquél viaje de
seis meses de vagabundeo por todas partes sin dejar que nadie ni nada te parase
o atase, sin más obligación que la de dejarte llevar, y parar cuando tenías
hambre o cuando algo llamaba tu atención.
Aquella
primera vez de montarme en el tren y dejar que las horas y el mundo entero
pasasen por delante de la ventana, con mis ojos clavados en ella.
También
recuerdo cuando era todavía más pequeña, y mi padre nos levantaba para irnos de
vacaciones a las cuatro de la mañana. Esa sensación de levantarse de noche con
el silencio, subirte en un coche durante un montón de horas con tu familia, el
radiocasete puesto y tu durmiendo o cantando, y de pronto entra un olor
horrible por la ventana, y es que hay un camión con un montón de cerdos dentro,
o has pasado por un campo; y risas, y que si el pedo ha sido tuyo o del de más
allá.
Esos eran
otros viajes.
Hay muchas
maneras de viajar.
Creo que debe
haber unas seis maneras, por dividirlo de alguna forma práctica.
Primero: o
viajas solo o acompañado.
Segundo: o
viajas por trabajo o por placer.
Tercero: o
viajas físicamente o mentalmente.
Cada viaje
tiene su punto, y cada momento tiene su viaje.
Yo viajo
todo el tiempo.
Seguramente
todos viajamos todo el tiempo. Luego es una cuestión de equilibrio, como todo
en esta vida: que solo viajas mentalmente pues te vuelves majara y no logras
nada de físicamente concreto en tu vida, pues andas todo el tiempo jugando con
las partículas de tu mente. Y como estas se vuelven repetitivas (pues no estás
viajando físicamente, con lo cual no conoces estímulos reales nuevos, pues te
quedas anclado en tu casita de pin y pon).
Si viajas
solamente por trabajo tu vida es un sin sentido pues olvidas que es el verbo
viajar, y solamente andas concentrado en tus papeles y en ese maldito
ordenador. Además si viajas por trabajo tienes tu hotel concertado y las dietas
pagadas, y te pierdes la bonita oportunidad de que alguien te invite a su casa
y te abra su universo, culturalmente diferente al suyo; y que te descubra esa
cantina que es solo para obreros, o te preparen en su casa una especialidad
heredada de su abuela.
Si viajas
siempre acompañado, te pierdes la aventura de escoger el final del libro que
más te plazca sin tener que soportar antes una disputa de dos horas de perder
el tiempo para ver qué es lo que quiere hacer el otro. Y si viajas siempre solo
habrá lunas que en vez de pasarlas de risas o de borracheras las pasaras delante
de un río con los peces y la humedad.
Así que hay
que combinarlo todo un poco y cuanto más se viaje mejor. Hay que viajar solo
cuando uno necesita silencio, y tiempo para sí, pero también cuando uno quiere
aventuras y que nadie le agüe las fiestas. Hay que viajar acompañado cuando se
quiere compartir algo con alguien; por placer cada vez que lo tenga y por
trabajo cada vez que se pueda. Físicamente todos los días, aunque solo sea desde
mi calle a la de al lado; y mentalmente todas las noches, y los días que son
noche, que de esos también hay.
Hay que viajar
y viajar….
Ese dejarse
llevar por el viaje, y esa incertidumbre excitante del no saber. Esa seguridad
de que todo va a ir bien y que adelante, no hay nada que temer.
Ver la vida
como un viaje.
Es un viaje.
Todo el
tiempo.
Un largo y
lindo viaje.
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